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La desafección viaja en tren en Cataluña

Illa cierra acuerdos en vivienda con la oposición de izquierdas y proyecta estabilidad, pero no consigue domar Rodalies, que mina el relato presidencial de unos servicios públicos eficientes

Es pronunciar el vocablo “desafección” y en el imaginario aparece la estampa del impasible José Montilla, el presidente que advirtió en Madrid, en noviembre del 2007, de lo que se cocía en Cataluña si el “maltrato inversor” -esas fueron sus palabras ante la crisis de infraestructuras- no era revertido. Tres años después, Montilla encabezaba una manifestación acalorada en Barcelona de respuesta al tijeretazo del Tribunal Constitucional al Estatut, marcha llena ya de emblemas independentistas, prelu...

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Es pronunciar el vocablo “desafección” y en el imaginario aparece la estampa del impasible José Montilla, el presidente que advirtió en Madrid, en noviembre del 2007, de lo que se cocía en Cataluña si el “maltrato inversor” -esas fueron sus palabras ante la crisis de infraestructuras- no era revertido. Tres años después, Montilla encabezaba una manifestación acalorada en Barcelona de respuesta al tijeretazo del Tribunal Constitucional al Estatut, marcha llena ya de emblemas independentistas, preludio del final del reinado socialista.

Salvador Illa ha recuperado la presidencia para el PSC y ahora la palabra que se conjuga es “normalidad”, muy del gusto del inquilino del Palau de la Generalitat, pero que no sirve para relatar lo que pasa en la red ferroviaria, que ha servido solo una decena de días sin incidencias en los primeras tres meses del año. Pasan los cursos y Rodalies no deja de ser un avispero peligroso, generador de ciudadanos enojados y desgastante para los gobiernos. En febrero, en la encuesta de valoración del Govern y las políticas públicas del Centre d’Estudis d’Opinió (CEO), los catalanes suspendieron por primera vez el servicio de Rodalies. No hay presidente que no frunza el ceño con los trenes y persiga inversiones, actuaciones que en Cataluña no consiguieron la velocidad adecuada hasta 2019, tras dos décadas de déficit acumulado.

El acuerdo del traspaso de Rodalies, de aplicación compleja y con reculadas políticas -ERC tragó con que la nueva compañía pública fuera filial de Renfe-, pretende proyectar una solución a largo plazo, el de la gobernanza catalana con apoyo sostenido de recursos. Los que conocen el enjambre ferroviario, con más de 180 obras simultáneas en marcha, exponen la necesidad de mantener el ritmo inversor 15 años más para llegar a una estación de prosperidad. La esquelética ejecución presupuestaria del Estado en Cataluña invita al escepticismo. El fin de trayecto deseado no se divisa ni de lejos en este 2025 funesto para los usuarios del tren, para quienes las palabras del ministro Óscar Puente en el Congreso -”las incidencias se están reduciendo”- suenan a discurso de elástica veracidad.

Illa avanza sin agobio excesivo de la oposición y proyecta estabilidad, porque es creíble en los círculos de poder de Barcelona y Madrid mientras se afana en orientar la agenda internacional para cuidar al tejido empresarial, agobiado con los aranceles. El Govern, contorsionista en el discurso de los alquileres de temporada, puede presumir del primer gran acuerdo parlamentario de izquierdas

en vivienda, CUP incluida. A la vez, recluta antiguos cargos convergentes para dirigir proyectos paridos por ERC -como el hub audiovisual- y madura la propuesta de ampliación del aeropuerto del Prat, que tanto incomoda a sus socios. Control del escenario político. Pero persiste el dolor de muelas de Rodalies, herida sangrante que mina el relato presidencial de unos servicios públicos eficientes, eje de una legislatura alejada de las emociones y centrada en la gestión. Lo sabe Illa, necesitado de resultados para convencer, y que sigue sin refutar la idea que la desafección viaja en tren.


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